Mirar la desolación como un camino para el crecimiento personal

Arthur C. Brooks: “Hay que entender la desolación como un camino para el crecimiento personal”

Arthur C. Brooks, profesor de Harvard, nos invita a mirar el abismo emocional no como una amenaza, sino como una promesa: detrás de cada etapa de oscuridad interior se esconde la oportunidad de una transformación más profunda.

Sergio Parra

La vida no se cansa de ofrecer momentos de euforia seguidos por súbitos descensos a un valle de duda, tedio o sufrimiento. Aquellos que han probado las mieles de un nuevo amor, un nuevo trabajo o una nueva fe, saben bien cómo esa alegría fulgurante puede desvanecerse, dejando tras de sí un paisaje desolado.

Arthur C. Brooks, sociólogo, economista y experto en felicidad de la Universidad de Harvard, propone una reinterpretación de estos momentos sombríos: no son errores de cálculo, ni pruebas del fracaso, sino estaciones necesarias en el camino hacia una vida más rica, más auténtica, más duradera.

El concepto no es nuevo. Ya en 1548, Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, ofrecía una lúcida descripción de lo que llamó “desolación espiritual”: una especie de eclipse del alma que irrumpe después de la efervescencia de la conversión. Pero para Ignacio, este no era un tiempo a temer, sino un terreno fértil donde podía germinar una fe más sólida, más consciente, más verdadera.

Brooks recoge este legado y lo lleva más allá del ámbito religioso, aplicándolo a las relaciones humanas, al trabajo e incluso al propio sentido de propósito vital. En su análisis, fenómenos como el famoso “picor del séptimo año” en los matrimonios o el “desencanto del primer año” en los nuevos trabajos no son casualidades psicológicas ni señales de fracaso. Son expresiones modernas de la misma desolación de la que hablaba Ignacio. Son, de hecho, umbrales de crecimiento.

El poder de la novedad

La felicidad es elástica: todos tenemos una cantidad de felicidad base que puede cambiar para bien o para mal, en función de si la novedad que aparece en nuestra vida es positiva o negativa. Pero ese efecto es efímero. Lo habitual es que el nivel de felicidad regrese a su punto inicial. Como escribe Nicholas A. Christakis en su libro Conectados:

En realidad, el seguimiento de personas que han ganado la lotería y de pacientes con daños en la médula espinal revela que, al cabo de un año o dos, esas personas no son más felices ni más tristes que los demás. Nuestra sorpresa al saber esto proviene en parte de nuestra incapacidad para darnos cuenta de que hay cosas que no cambian. La persona que gana la lotería seguirá teniendo parientes con quienes no se lleva bien y quienes sufren una parálisis se seguirán enamorando.”

Así, la novedad positiva produce una euforia efímera. Sin embargo, la historia no termina ahí. De hecho, en muchos casos, es justo en ese momento (cuando la desolación alcanza su clímax) cuando las parejas o trabajadores que persisten encuentran un nuevo tipo de satisfacción, más serena, más profunda, más estable.

Pareja a largo plazo

Los matrimonios más felices tras varios años son aquellos donde ambos cónyuges aprendieron a modelar su voluntad en función del otro.

Lo que distingue a quienes cruzan el umbral no es una suerte especial ni una vida libre de conflictos, sino la capacidad de enfrentar la desolación como una oportunidad para desarrollar nuevas habilidades: empatía, paciencia, colaboración.

En las parejas que logran superar ese valle de descontento, el secreto suele estar en la transición del enfrentamiento al entendimiento. Un estudio publicado en Family Relations halló que los matrimonios más felices tras varios años no eran aquellos sin conflictos, sino aquellos donde ambos cónyuges aprendieron a modelar su voluntad en función del otro. Esto se traduce en una mayor igualdad en la toma de decisiones, reparto equitativo de responsabilidades y, en muchos casos, una visión compartida del valor del compromiso.

Del mismo modo, los trabajadores que se sienten más realizados no son los que evitan los problemas, sino los que, como mostró un estudio de 2023 sobre enfermeros recién graduados, afrontan los desafíos de forma racional y activa. Evadir los conflictos o desconectarse emocionalmente (en palabras del estudio, adoptar una estrategia de “no-aprendizaje”) no ofrece la recompensa de una carrera con sentido.

La sabiduría de Loyola

Es aquí donde resuena de nuevo la sabiduría ignaciana. En su Ejercicios Espirituales, Ignacio no pide resignación pasiva ante la desolación, sino una actitud firme y activa: resistir y vencer al adversario interior. Brooks lo interpreta como una invitación a “no hacer cambios en tiempos de turbación”, a no permitir que una emoción fugaz tome decisiones permanentes. Si estás en crisis con tu pareja, con tu vocación o contigo mismo, no huyas. Quédate. Escucha. Aprende.

Esto no significa que todo sea rescatable. Hay casos (como la violencia en la pareja o entornos laborales tóxicos) donde lo más sabio es soltar. Pero incluso en esos momentos, la desolación puede transformarse en una fuente de autoconocimiento y preparación para lo que viene. La disolución, si es consciente, también puede ser escuela.

En última instancia, lo que Arthur C. Brooks nos propone es un cambio de mirada radical: no buscar la felicidad como una línea recta de placeres constantes, sino como una travesía con cumbres y abismos. Y en esos abismos, si tenemos el valor de quedarnos, de trabajar, de esperar, tal vez descubramos no solo la salida, sino la profundidad de quienes realmente somos.

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