El nuevo informe de The Lancet denuncia los impactos devastadores del cambio climático sobre la salud, y también señala las pérdidas económicas y de productividad. Una tensión recurre el análisis: entre cuidar la vida y las ganancias capitalistas. ¿Se puede enfrentar la crisis climática desde el propio sistema que la genera?
Redacción Ecología y Ambiente
El nuevo informe The Lancet Countdown 2025 vuelve a mostrar que la crisis climática es también una crisis de salud global. Las olas de calor se multiplican, aumentan las muertes relacionadas con las altas temperaturas y la contaminación, y las enfermedades infecciosas se expanden a nuevas regiones. Los países más pobres son los más golpeados, con menos capacidad de adaptación y mayores pérdidas humanas y económicas.
Pero más allá del diagnóstico el informe deja entrever una tensión de fondo, mientras denuncia los impactos devastadores del modelo fósil, mantiene su esperanza en los mismos actores que alimentan esa crisis. The Lancet señala al sector privado como responsable directo de la mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero y, al mismo tiempo, como pieza clave para revertir la catástrofe climática.
Una apuesta que refleja las ambigüedades de los paneles de expertos: se reconocen los daños estructurales que genera el sistema, pero se confía en que será el propio capitalismo el que los repare, a partir de la demanda de la población civil.
El informe, elaborado por más de 120 instituciones académicas y organismos internacionales, habla de “riesgos récord” para la salud mundial, pero también de una creciente carga económica y de un “retroceso en la productividad” por las temperaturas extremas. Sin embargo, el capitalismo no funciona en base a la planificación, su esquema de costos-beneficios es de corto plazo y variables como el bienestar y la salud humana no entran en consideración. Pese a no compartir el enfoque, el informe proporciona una importante sistematización de información a tener en cuenta e invita a profundizar la discusión con mirada crítica.
Un mapa desigual del daño
Los datos son contundentes. Los países con menor Índice de Desarrollo Humano (IDH) sufren los impactos más graves: pierden entre cinco y seis veces más horas laborales por calor que las naciones ricas, y en ellos las muertes relacionadas con el calor aumentaron más del 60 % desde los años noventa. En cambio, los países de IDH muy alto —los grandes responsables históricos de las emisiones— concentran el acceso a las tecnologías de mitigación, los seguros contra desastres y la infraestructura sanitaria para adaptarse.
Mientras en los países pobres apenas el 3 % de la energía total proviene de fuentes limpias, en los de alto ingreso ese porcentaje ronda el 13 %. En los hogares más vulnerables, el 88 % sigue cocinando con combustibles contaminantes. Solo el 2 % de los hogares de los países más empobrecidos tiene acceso al aire acondicionado, una herramienta básica de adaptación frente a las olas de calor, mientras que en los países ricos llega al 48 %. La desigualdad también se refleja en la investigación: tres cuartas partes de los artículos científicos sobre cambio climático y salud son producidos por instituciones de países ricos, y apenas un 9 % estudia lo que sucede en los de IDH bajo.
Una crisis de salud global
La salud mundial está siendo minada por el sistema capitalista pero su impacto es muy desigual. Las muertes por contaminación de combustibles fósiles crecieron un 13 % en los países más pobres, mientras que disminuyeron un 40 % en los más ricos. La brecha de protección es abismal: apenas el 3 % de las pérdidas por eventos extremos está asegurada en los países de bajo ingreso, frente al 52 % en los de IDH muy alto.
The Lancet exige “acción inmediata y coordinada” para proteger la salud y responsabiliza al capitalismo fósil. Sin embargo, las acciones que contempla se enmarcan en el capitalismo verde, es decir, todo lo que puede integrarse al mercado —energía renovable, eficiencia, planificación urbana verde— mientras se omite la cuestión de fondo: la propiedad de los bienes comunes naturales, la dependencia tecnológica y la subordinación de los países periféricos al saqueo extractivista.
Los límites de la “autorregulación” corporativa
Durante el último año, los principales gigantes de los combustibles fósiles —entre ellos Shell, BP, ExxonMobil y Chevron— revirtieron o pospusieron sus compromisos de descarbonización. Según el informe, las estrategias de las 100 empresas de petróleo y gas más grandes del mundo proyectan una producción un 189% superior a la compatible con un calentamiento de 1,5 °C para 2040. Desde la entrada en vigor del Acuerdo de París, la producción total prevista por esas compañías creció más de un 40%.
Lejos de disminuir, el financiamiento bancario al sector fósil aumentó un 29% en 2024, alcanzando los 611 mil millones de dólares, mientras que la Alianza Bancaria para el Cero Neto perdió más de una quinta parte de su cobertura de activos tras el retiro de bancos estadounidenses. Son cifras que muestran cómo la “transición energética” sigue subordinada a la rentabilidad inmediata del capital.
El informe también expone un contraste llamativo. Mientras el empleo en energías renovables creció un 18% en 2023, el sector fósil redujo levemente su plantilla. Pero esta transición laboral convive con una expansión sostenida de la producción petrolera y gasífera. A la vez, la inversión en activos de carbón que quedarán en desuso (stranded assets) —es decir, que perderán valor por ser incompatibles con los objetivos climáticos— aumentó en lugar de disminuir.
Por una salud que no sea mercancía
The Lancet señala un declive en la atención empresarial al vínculo entre salud y cambio climático: solo la mitad de las compañías que reportan al Pacto Mundial de la ONU lo mencionaron en 2024, una caída significativa respecto al año anterior. Sin embargo, el texto rescata “señales positivas”, como encuestas en las que ejecutivos dicen apoyar una transición energética rápida.
Nuevamente, se vislumbra la tensión que recorre el informe: por un lado, muestra con datos duros la falta de acción real de las grandes corporaciones; por otro, insiste en que son ellas —junto a los bancos, los fondos de inversión y la filantropía privada— quienes deben liderar la solución. Una tensión que atraviesa hoy no solo a los informes científicos, sino a toda la política que aborda la crisis climática.
Es importante reconocer que la crisis ambiental es también una crisis de salud, pero la salud no puede ser un número más en la contabilidad en los “costos” de los Estados o una externalidad de las empresas. Debemos priorizar la salud y la vida sobre el lucro privado, pero para ello necesitamos una transformación radical.
El Countdown 2025 ofrece datos valiosos para entender cómo el calentamiento global afecta la salud humana y amplía las brechas entre países imperialistas y dependientes. Estos mismos datos deben servir para discutir otra estrategia. Ante la imposibilidad de que los Estados y los sectores del capital ofrezcan una salida estructural dentro de las mismas reglas que nos llevaron a esta crisis, se vuelve imprescindible cuestionar el modelo de acumulación que la origina y enfrentarla desde una perspectiva anticapitalista.
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