Constelar la vida

Joan Garriga, psicólogo experto en constelaciones familiares: “El viaje de la vida consiste en desbrozar la maleza interior, reconocer lo que nos hace bien y rodearnos de buena gente”

Conocer y comprender nuestra historia familiar nos puede ayudar a transitar con más conciencia entre los altibajos que nos tiene preparada la vida. Nos lo cuenta el psicólogo y referente en crecimiento interior Joan Garriga.

El psicólogo y escritor Joan Garriga —autor de Constelar la vida y pionero de las constelaciones familiares en España— nos invita a mirar el dolor de frente, a reconciliarnos con nuestra historia y a comprender que amar la vida también implica rendirse a su misterio. Resistirse a lo que la vida dispone, dice, solo aumenta el sufrimiento y lo transmite a las siguientes generaciones.

Empezó estudiando Derecho, pasó por el teatro y, finalmente, se apasionó por la psicoterapia. Estudió Psicología hasta convertirse en uno de los maestros humanistas más respetados y admirados del ámbito hispano, discípulo de Bert Hellinger y referente en el trabajo con vínculos y crecimiento interior.

Habla con voz serena y pausada, con la sabiduría de quien ha acompañado a miles de personas en sus procesos de dolor y transformación. Hay en él algo profundamente calmado: una comprensión que solo llega tras muchos años de mirar de frente el sufrimiento humano.

Hay que aprender a amar lo trágico de la vida

-Joan, ¿qué es para ti una buena vida, esa de la que hablas en tus libros?

Una buena vida no es solo una vida placentera. Es una construcción interior, un modo de estar en el mundo. Tiene que ver con estar cerca de uno mismo, con tratar de no traicionarse demasiado y buscar la autenticidad.

Es escucharse a fondo para notar lo que nos mueve y lo que no, y tener la audacia de ir en la dirección de lo que deseamos vivir, no en la que otros nos han inculcado.

El viaje de la vida consiste en desbrozar la maleza interior, reconocer lo que nos hace bien, rodearnos de buena gente, de vínculos verdaderos. Es invertir la energía en lo que de verdad deseamos y cuidar el arte de estar bien, de estar felices.

Y cuando la vida duele, cuando se presenta la adversidad, ¿cómo se integra eso en esa buena vida?

La vida tiene un lado que nos hace descarrilar: la muerte de un niño, una traición, una enfermedad inesperada… ¿Cómo hacer frente a algo tan sobrehumano?

No basta con soportar ni con aceptar lo trágico; hay que aprender a amarlo. Pero no se trata de un amor sentimental, sino de un amor existencial, capaz de decir: “así lo tomo, porque así lo ha querido la vida”.

Mientras me opongo a lo que la vida dispone, más aumento mi sufrimiento. Y ese sufrimiento no elaborado pasa a los hijos y a los nietos.

-¿Qué necesitamos para sanar?

Para sanar hay que mirar lo doloroso de frente. Y para ello es fundamental ser acompañados por alguien que escuche de verdad, que no diga “ánimo, ya pasará”, sino que acoja nuestra emoción con compasión.

Vivimos en una cultura que premia la productividad y el individualismo, pero lo que salva al mundo es la amabilidad. Aldous Huxley, al final de su vida, dijo que lo más importante que había aprendido era ser amable. Y tenía razón: la amabilidad es un acto profundamente humano.

-¿Crees que hay un plan que guía nuestras vidas y que al final da sentido al sufrimiento?

No lo creo. Las cosas ocurren porque ocurren —tal y como dije en mi libro “Vivir en el alma”. Luego, cuando miramos atrás, tendemos a encontrar un sentido, pero eso no significa que haya un plan.

La vida tiene su dialéctica: entre el yo que propone y la vida que dispone. A veces la vida nos despedaza, y el “yo” no puede hacer nada. Pero en ese “no puedo hacer nada” se abre otra puerta: la de la conciencia que acepta, que se rinde, que dice “sí” a lo que es”. Ese “sí” es un acto heroico y también espiritual.

-¿Cuál es el principal valor que aportan las constelaciones familiares en el trabajo terapéutico?

Una constelación es un abordaje terapéutico más, pero muy especial: en lugar de hablar de los padres o de la historia, la representamos en el espacio. Lo que sucede ahí es misterioso, pero claro: en esas escenificaciones se revelan dinámicas ocultas, heridas no integradas, vínculos que reclaman su lugar.

A veces, con muy poco tiempo, puedes mirar de frente asuntos muy importantes de la historia de una persona y reorientar algo que le devuelva impulso para seguir adelante.

-¿Cómo explicas ese fenómeno tan sorprendente en las constelaciones, cuando alguien representa a otro que no conoce y siente lo que él siente?

Todavía pertenece al territorio del misterio. Se han dado explicaciones —campos morfogenéticos, neuronas espejo, física cuántica—, pero lo cierto es que no sabemos tanto. Solo sabemos que sucede.

Y sucede de forma real: alguien hace un gesto y más tarde descubrimos que el padre del consultante tenía una hemiplejía y hacía exactamente ese gesto.

La información está siempre ahí, en todas partes. Solo que no nos conviene percibirlo todo; sería un universo enloquecido. En contextos terapéuticos que se hacen desde la seriedad, esa información que estaba callada emerge.

la pareja, como la vida, es imperfecta

-Las constelaciones también subrayan la necesidad de “estar en paz” y “honrar” a los padres. ¿Por qué es tan importante?

Porque ahí se origina casi todo. En la infancia somos porosos, necesitamos amor, presencia, apego. Cuando eso falla, levantamos defensas: nos volvemos controladores, perfeccionistas, salvadores… y esas defensas acaban siendo cárceles.

Sanar a los padres no significa idealizarlos, sino mirar la historia con compasión. Ver que ese padre o esa madre también fueron hijos de alguien herido… y no hacer pivotar nuestra vida sobre esas heridas.

Honrar a los padres es aprovechar la vida que nos dieron, tratar de tener una buena y larga vida sobre la tierra. Ese es el mejor homenaje.

-La pareja es también uno de los ámbitos que más has trabajado. ¿Qué has aprendido sobre ella?-La pareja, como la vida, es imperfecta. Y es precisamente su imperfección lo que la convierte en una escuela de crecimiento.

El buen amor se reconoce porque somos verdaderos con el otro, porque lo que creamos juntos tiende a la calma y al crecimiento. No existe la pareja ideal, pero sí la pareja que nos ayuda a crecer, a mirarnos, a ser más conscientes.

Es un territorio de aprendizaje, es una escuela de crecimiento y de bienestar cuando una pareja disfruta de buen amor.

La mejor pareja es aquella en la que pueden ser verdaderos y auténticos con lo que sucede a cada momento.

Compartir :